En mayor o menor medida, de forma consciente o inconsciente, me atrevería a decir que casi cualquier persona ha comido alguna vez para sentir tranquilidad, seguridad y confort. Pero, ¿qué sentido tiene comer para sentirse seguro/a? La relación entre el confort y los alimentos se explica por razones experienciales y otras vinculadas a la desactivación de señales de supervivencia.
Condicionamiento del alimento con experiencias reconfortantes
Sin duda, a lo largo de nuestra historia de vida, vivimos experiencias agradables y reconfortantes en las que la comida está presente. Sin saberlo, en cada uno de esos momentos, condicionamos la presencia de ese alimento con dicha sensación y viceversa, lo cual hace que, en el futuro, busquemos el alimento siempre que queramos sentir consuelo.
Veamos un ejemplo. Supongamos que creciste en un entorno de violencia y que, durante esa época, tu vía de escape era acudir a casa de tu abuela porque allí te sentías seguro/a, tranquilo/a y en paz. Siempre que ibas a su casa te preparaba un bocadillo de crema de cacao porque sabía que era tu favorito. Entonces, es normal que, ahora, ese bocadillo sea capaz de ofrecerte consuelo y que lo busques siempre que te sientas con cierto desasosiego.
¿Por qué la comida es capaz de desactivar nuestra percepción de peligro?
El consumo de alimentos es capaz de desactivar la señales de alerta porque éstas no entienden de los peligros y preocupaciones del siglo XXI, sino que actúan de acuerdo a mecanismos primitivos en los que la única amenaza real es el peligro físico. Desde aquí, es fácil entender lo siguiente respecto a comer para sentirse seguro/a:
- El cerebro deja de sentir peligro ante la ingesta de alimentos porque entiende que, con ellos, está recibiendo la energía suficiente para luchar o salir corriendo (formas de afrontamiento primitivo ante un peligro real). Se desactiva la señal de alerta porque nuestro cerebro supone que disponemos de los recursos necesarios para afrontar una amenaza real.
- Ante una situación de estrés, se estimula la liberación de glucocorticoides y se inhibe la señal de hambre como una respuesta natural adaptativa. Del mismo modo, la señal de peligro se desactiva al comer porque para nuestro cerebro resulta incompatible estar en peligro y dedicarle tiempo a la ingesta de alimentos. Por ello, la activación del sistema gastrointestinal que se produce al tomar un alimento hace que nos sintamos más seguros.
Saber más: Obesidad, dopamina y recompensa
¿Comer para sentirse seguro/a es un problema?
Sí y no. La respuesta a esta pregunta depende de la frecuencia con la que lo hagamos, de si existe o no una relación de dependencia y de cómo nos sintamos después de comer.
La mayoría de las personas, en algún momento, abordamos nuestro malestar a través de la comida porque, indudablemente, tiene la capacidad de evadirnos, aliviar el dolor y generarnos confort. Y esto está bien porque, como un recurso puntual ante situaciones concretas, resulta un buen mecanismo adaptativo. El problema surge cuando se convierte en nuestro único regulador capaz de hacernos sentirnos bien o cuando su consumo, después de un confort efímero, nos provoca malestar.
La clave está en tomar consciencia, reconocer y aceptar el valor reconfortante de la comida, al mismo tiempo que indagamos en otras herramientas para regular nuestro disconfort.
Seguir leyendo: Comer saludable: un hito confuso que cada vez está más lejos