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Comer saludable: un hito confuso que cada vez está más lejos

El nutricionismo se ha apoderado del pensamiento social. Nos han convencido de que los alimentos son buenos o malos en función de sus nutrientes. Sentimos culpa al comer por placer o como interacción social. Así, el concepto de comer saludable está cada vez más lejos de lo que debería ser y se ha convertido en un nuevo formato de violencia que cada vez cuenta con más víctimas.

La comida como fuente de nutrientes

Es indudable que la comida es nuestra principal fuente de energía y nutrientes y que ambos son esenciales para mantener la función normal de nuestro organismo. De hecho, la disponibilidad de alimentos es uno de los principales determinantes de nuestra esperanza de vida.

Además, los nutrientes no sólo son capaces de hacernos funcionar, sino que pueden influir positivamente sobre nuestra salud. Por ejemplo, el ácido fólico reduce el riesgo cardiovascular por su capacidad para controlar los niveles de homocisteína, la vitamina C favorece la acción de los leucocitos, los carbohidratos permiten la entrada de triptófano (precursor de la serotonina) en el interior de las neuronas y los isotiocianatos reducen el riesgo de cáncer de colon por su influencia epigenética.

Al mismo tiempo, sabemos que algunos alimentos contienen sustancias que, en grandes cantidades cantidades, son capaces de poner en riesgo nuestra salud. Ejemplo de ello son las grasas trans, el azúcar o las carnes procesadas.

Sin embargo, simplificar la salubridad de un alimento en su valor nutricional es reduccionista, va contra natura y genera dinámicas alimentarias de riesgo. Históricamente, la alimentación ha tenido un valor psicosocial indiscutible e ir contra ello deteriora la salud porque genera sufrimiento.

Históricamente, la alimentación ha tenido un valor psicosocial indiscutible.

Comer para regular una emoción, ¿es saludable?

El vínculo entre el acto de comer y las emociones es tan incuestionable como el valor nutricional de la comida. De hecho, se observa desde el inicio de la vida cuando el nuevo bebé deja de llorar al recibir placer, consuelo, seguridad y amor cuando succiona del pecho materno. Ahí, comprobamos que la comida puede hacernos sentir bien aun cuando no hay otro recurso disponible capaz de hacerlo.

En la edad adulta, también encontramos pruebas de la relación inexorable entre alimento y emoción. Las emociones son tan capaces de empujarnos a comer como de eliminar nuestras ganas de hacerlo. También pueden calmarnos cuando sentimos ansiedad, aportarnos seguridad ante el miedo, generarnos gozo cuando sentimos vacío y ayudarnos a transitar la tristeza. Si no, que se lo digan a Bridget Jones.

Comer para regular una emoción es un acto biológico y no está mal. De hecho, en ciertas situaciones la alimentación emocional aparece para salvarnos la vida. En sentido contrario, prohibir la alimentación emocional genera obsesión, compulsividad y sufrimiento, ergo, lejos de lo que pudiera parecer, es una acción contraria al mantenimiento de un buen estado de salud.

Pero, ¡ojo! Respetar la alimentación emocional también supone entenderla y racionalizarla. La comida como psico-regulador sólo debe ser un recurso más dentro de una amplia batería de reguladores. De este modo, cuando exista otra acción capaz de hacernos sentir bien, será mejor reservar la comida para los momentos en los que no seamos capaces de activar ningún otro recurso. El consumo sistemático de comida como psico-regulador deteriora su capacidad para hacerlo y nos deja sin recursos efectivos (resistencia a la dopamina). Además, puede generar una falsa sensación de ausencia de malestar, siendo que éste nos moviliza hacia la raíz; nos obliga a comprender la emoción y resolver sus causas.

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La comida como interacción social

Comer tiene un sinfín de significados sociales. Según qué, cuándo, dónde, cómo, con quién y en qué cantidad la comida puede significarlo casi todo.

La comida puede ser una forma de dar afecto, un símbolo de prestigio, una forma de estatus, un medio de comunicación, una expresión de hospitalidad, una celebración, un rito, una conexión con la familia, la nostalgia del hogar, una tradición…

En definitiva, la comida nos ayuda a establecer vínculos positivos y nos hace sentir seguros al reforzar el sentido de pertenencia a un grupo. Así, comer saludable implica respetar el comer como un canal fundamental de la interacción entre personas. De hecho, comer en familia es uno de los principales factores de protección frente a los trastornos de la conducta alimentaria.

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Entonces, ¿en qué consiste comer saludable?

Alimentarse de forma saludable es diferente al comer nutritivo e implica generar y mantener una buena relación con todos los tipos de comida: con sentido, desde el permiso y sin culpa.

Comer de forma saludable implica hacerlo desde la auto-responsabilidad de cuidar de nuestra alimentación como fuente de energía y nutrientes, pero también supone aceptar, respetar y utilizar su papel en la regulación emocional y en la interacción saludable entre personas.

Lo psicosocial es tan esencial como lo físico. Ni todo lo nutritivo es saludable ni todo lo saludable es nutritivo.